jueves, 22 de agosto de 2013

Subjetividad esclava, colonialidad de género, marginalidad y opresiones múltiples María Lugones

Subjetividad esclava, colonialidad de género, marginalidad y opresiones múltiples
María Lugones

Empiezo este trabajo con varias aseveraciones que se pueden recibir como duras o tiernas, depende de la relación que quienes las reciben tienen con el poder. En el resto del trabajo voy a presentar razones, argumentos y narrativas que intentan apoyarlas para inclinarlas(los) a considerar un marco distinto hacia un feminismo decolonial. Afirmo que:
1. No hay despatriarcalización sin descolonización que no sea racista.
2. No hay descolonización si no se desliga de la introducción colonial de la dicotomía jerárquica hombre-mujer, macho-hembra
3. El feminismo hegemónico, blanco en todas sus variantes, es eurocéntrico, universalista, racista.
4. La introducción colonial de la dicotomía hombre-mujer, macho-hembra no es sólo heterosexual sino heterosexualista, ya que el significado de la heterosexualidad depende de la dicotomía.

Conclusión: Debemos trabajar hacia una organización social sin dicotomías jerárquicas. No es el nombre ‘mujer’ el que me importa. Pero tenemos muchos otros nombres que si los decimos rompemos con la universalidad.

El argumento: colonialidad de género y feminismo decolonial
El pensamiento moderno está caracterizado por el énfasis en el principio de no contradicción y por las dicotomías jerárquicas. Tal vez la dicotomía jerárquica fundamental fue la distinción entre lo humano y lo no-humano. O una es humana o no lo es; ser las dos es una contradicción. Esta dicotomía es central en la introducción colonial capitalista de un sistema de género que separa lo humano y lo no humano. El desarrollo de la Conquista, la Colonia y el capital se volvió el proyecto por excelencia de España y Portugal en el siglo XVI y de Inglaterra, Holanda y Francia en el siglo XVIII. Los europeos introdujeron la dicotomía racial con respecto a las personas, el trabajo, las prácticas sociales, la lengua, la sociedad misma, es decir la colonialidad del poder. Los europeos se consideraban seres de razón, pero no a los colonizados no. Los europeos eran seres humanos, los colonizados no. Los que llamaron “indios” y “negros” fueron entonces concebidos como seres no humanos, bestias, seres naturales, y tratados como tal en el pensamiento occidental moderno, es decir como seres a usar.

Por racismo no me refiero necesariamente a la relación legal entre los que han sido y siguen siendo percibidos como seres humanos, superiores y aquellos y aquellas que son percibidos, tratados, juzgados como bestias, seres inferiores, sin conocimiento ni saber, sin lengua, sin religión, sin razón. Me refiero más bien a apuntar a la dicotomía moderna entre lo humano y lo no humano (que a veces se expresa como “no completamente humano) y a la reducción de facto de gentes a animales y como tales a instrumentos de los seres humanos. La interiorización que constituye el racismo deshumaniza a seres que son percibidos como bestias a través del trato en la producción económica, en la producción del conocimiento, en la imposición sexual, en la determinación a destruir sus formas de vida, su sentido de sí mismos, su relación con todo lo que sustenta su vida.

Toda la naturaleza estaba y sigue estando concebida como instrumento del hombre humano (una tautología) para sí, para acumular riqueza infinitamente, extraída de todo lo natural. A los indios y negros se los concebía como sin género, no eran ni hombres ni mujeres. En tanto bestias se los concebía como sexualmente dimórficos o ambiguos, sexualmente aberrantes y sin control, capaces de cualquier tarea y sufrimiento, sin saberes, montados por el diablo. Por lo tanto, se los concibió como sexualmente totalmente accesibles por el hombre y sexualmente peligrosos para la mujer.

Lo humano mismo está dividido por dicotomías jerárquicas entre hombre (Europeo-después blanco-burgués en la metrópolis o en la Colonia) y mujer (europea-después blanca-burguesa en la metrópolis o en la Colonia.) El hombre, el ser humano superior en la jerarquía de género es un ser de razón, un sujeto, mente en vez de cuerpo, civilizado, público. Es el único ser al que se le atribuye la posibilidad de objetividad e imparcialidad que con el uso de la razón permite el alcance de verdades universales. No hay ni conocimiento ni saber que no sea la producción de la razón.

La mujer, la única mujer que hay, está subordinada necesariamente al hombre porque, de acuerdo al pensamiento moderno, está dirigida más por la emoción que la razón, está más cerca de la naturaleza porque reproduce con el hombre burgués a la próxima generación de hombres y mujeres, de seres humanos y, al mismo tiempo, reproduce el capital y la raza. La mujer burguesa ha sido mujer e inseparablemente humana por su ligazón reproductiva con el hombre moderno precisamente porque reproduce el capital y la raza. Asegurar ese legado requirió que la mujer burguesa sea concebida como heterosexual, casta, sexualmente pura y pasiva, relegada al espacio doméstico donde, gracias a su ser patológico (emocional), está capacitada para inculcar su conocimiento a los niños y solamente a los niños, antes de la edad de la razón.

Lo que se desarrolló en la Conquista y la Colonia, y que hoy se sigue aplicando en todo el mundo es la negación y destrucción de todo lo que constituía a cada persona, a cada comunidad, a todas sus prácticas, saberes, relaciones con todo lo que existe en un universo donde todo está interconectado, su comprensión del universo, su manera de hacer comunidad. El poder colonial, capitalista, racializó el trabajo y reservó para los indios y los negros los trabajos que deshumanizan y matan. El proceso de negación y destrucción incluyó el intento de vaciar la memoria, de llenarla con la cristiandad y la cosmología dicotómica, jerárquica, violenta, cristiana, racional, que los relegaría a bestias. El proceso de negación y destrucción lo hizo el hombre, el europeo, como el individuo que puede porque tiene razón y poder. El proceso de destrucción de la comunidad está íntimamente ligado a la relación entre sexualidad y raza, y el sistema de género entiende al género como necesariamente humano, dicotómico, jerárquico, heterosexual, sexualmente dimórfico.

La distinción sexual moderna/capitalista/colonial no es biológica sino política. La distinción “biológica” entre macho y hembra que introdujo la modernidad a través del desarrollo de la ciencia depende de la dicotomía de género. Es una distinción política. Axial que, al usar la distinción como “natural” y “biológica”, es en sí mismo un esconder las contradicciones del sistema de género moderno colonial capitalista. Concebir, percibir, clasificar algo como natural es entenderlo como instrumento. Nada natural tiene la facultad de la razón y, por lo tanto, no sólo no es una distinción humana, sino que su explotación y reducción se piensan justificadas por su condición “natural.” Es decir, la distinción entre humano civilizado y naturaleza es otra distinción colonial fundamental. El escindir lógicamente la distinción hombre-mujer de la distinción entre macho y hembra permite pensar a los animales y los seres subhumanos como sexualizados dimórficamente.


Una de las técnicas colonizadoras de destrucción de la comunidad fue tratar al macho noble indígena como una autoridad entre los comuneros y como mediador en la organización de la producción. A la hembra india se le negó toda autoridad. En la relación comunal, la imposición colonial consistió también en relegar a las hembras a una posición de inferioridad. Los machos indios tenían que pagar tributo, la hembra tenía que ocuparse de todas las tareas que antes eran tareas complementarias en la comunidad. Creo que el aceptar esa posición superior fue difícil para los machos indios porque fue impuesta a la fuerza por el poder colonial, el de la Iglesia católica y el de la Corona.
Pero también creo que tenemos que mirar hasta qué punto los jaqui, okinrin y muchos otros nombres que constituían a la persona indígena (de Abya Yala, de EE UU, de África) resistieron esa posición de superioridad que permitió al colonizador destruir las comunidades indígenas.
Creo asimismo que, poco a poco, en vez de opuestos en un sentido que necesita igualdad y respeto en todo lo que tiene que ver con la vida, los indígenas, designados como machos y bestias por la Colonia, desarrollaron el odio y el gusto por la violencia del hombre eurocéntrico, acumulador de riquezas, moderno. Un odio en tanto aquel es un ser que los niega y deshumaniza, y que, dada su superioridad concedida por la Colonia sobre su opuesta, lo cegó y lo volvió leal a la Colonia. Esa lealtad es profunda porque la posición de los opuestos era generadora de comunidad, de saber ritual, de vida. Los indígenas africanos, andinos, lakota, cherokee colonizados en su lealtad a la colonia, o bien han rechazado el cuestionar la subordinación de la “mujer” o prestan atención pero lo piensan como “una cosa de mujeres”.

Cuando escucho decir a intelectuales subalternos que ellos no sólo no tratan de género, sino que además su cultura, tradición, cosmología, organización comunal no subordina a la “mujer indígena,” se olvidan de los 500 años de la Colonia, moderna, capitalista y de la enorme resistencia ejercitada por las personas reducidas a bestias. Estoy apuntando con esta pregunta al meollo de la cuestión comunal, generada por la oposición que crea vida en un sentido muy amplio: en esos 500 años, los jaqui reducidos a animales machos por la imaginación y práctica colonial, ¿resistieron la posibilidad de volverse hombres? ¿Resistieron la posibilidad de subordinar a lo opuesto? ¿Continuaron usando las palabras chacha-warmi, obinrin-okinrin en su sentido cosmológico de contribuir a la infinita generación de la vida, la comunidad, el universo, desde una constitución que no adopta la empresa de cambiar al mundo, y así obtener poder? ¿O tradujeron chacha a hombre en el sentido colonial, capitalista, moderno? Yo entiendo que si uno separa la “cuestión de género” como “cosa de mujeres” de la política real, de los problemas importantes en la reconstitución decolonial, uno esconde de sí mismo y de la comunidad intelectual y socioeconómico-política, y de la producción de conocimiento decolonial, precisamente la lealtad a la Colonia que esa posición implica.

Una manera importante de pensar la relación entre género, raza y burguesía es lo que venimos pensando como “interseccionalidad.” Si en el sistema de género moderno, eurocentrado, capitalista, colonial, por un lado, la categoría “mujer” significa ideológicamente,  si apunta, a una persona frágil, sexualmente contenida, relegada a lo doméstico, sin razón y sin rol público, y por el otro, la clasificación racial —y por lo tanto racista— “negro” o “indio” apunta ideológicamente a seres primitivos en todo sentido, no realmente humanos, capaces de gran violencia, sexualmente sin control, con enorme capacidad y resistencia para el trabajo físico, ¿qué quiere decir “mujer indígena,” “mujer negra?” No hay mujeres indígenas ni negras. La frase “mujer indígena” es una contradicción. Aunque las mujeres eurocentradas, burguesas, blancas hayan usado el término ’mujer’ como universal, en su lucha por la liberación de la mujer sólo entendieron por “mujer” el significado ideológico moderno, capitalista, colonial que excluya a todos los negros, a todos los indios. “Mujer negra” es una contradicción. Necesitamos escuchar las palabras como problemáticas y remplazarlas por palabras y concepciones indígenas. El movimiento de liberación ha apuntado a que las mujeres consigan lo que tiene el hombre blanco, pero el punto de partida excluyó a las indígenas del mundo.

Elsa Barkley Brown, historiadora feminista negra, dice:

Necesitamos reconocer no solamente diferencias sino también la naturaleza relacional de esas diferencias. Las mujeres blancas y las mujeres de color no solamente viven vidas diferentes sino que las      mujeres blancas viven las vidas que viven en gran parte porque las mujeres de color viven las vidas que viven […] (1991: 86)

Y Yen Lee Espíritu, feminista filipino-americana, afirma que:

Los blancos y la gente de color viven vidas que están estructuradas racialmente. Las intersecciones entre estas categorías de opresión (clase, raza, género) significan que hay jerarquías entre mujeres, entre hombres, y que algunas mujeres tienen poder cultural y económico (1997: 99).

Ahora, si pensamos en el negro o en el indio, abestializados en la concepción y prácticas coloniales, si la resistencia a ser negro o a ser indio va a dar lugar a ser persona en un sentido no colonial, moderno, capitalista, entonces es posible que la categoría incluya a la negra. Pero si negro o indio se ha vuelto una competencia racial con el hombre blanco por estatus, por poder en el sentido colonial, entonces esas categorías no incluyen a la negra o a la india, ni a la warmi ni a la obinrin. Es decir que la adición de negro y mujer o indio y mujer nos presenta una combinación absurda, monstruosa, o nos marca una ausencia. Yo veo en esa interseccionalidad una ausencia precisamente porque el feminismo decolonial no puede querer que warmi se traduzca o se perciba como mujer india, ya que el significado es colonial y contradictorio. De ahí la ausencia.
Raza, género, y sexualidad se co-constituyen. El paso de colonización a colonialidad en cuestión de género centra la complejidad de las relaciones constitutivas del sistema global capitalista de poder (dominación, explotación). En los análisis y prácticas de un feminismo decolonial, “raza” no es ni separable ni secundaria a la opresión de género, sino co-constitutiva. Y eso es precisamente lo que los feminismos blancos han terminado por excluir del análisis, aunque versiones coloniales de la diversidad étnica/cultural han sido incorporadas en feminismos que enfocan la globalización. Es decir, la colonialidad no importa, no pesa. La solidaridad feminista que enfrenta las violencias de la globalización está pensada como cruzando culturas traducibles, ignorando la colonialidad del poder, la racialización de la población, del trabajo, del saber, del género. Esta forma de llamado a una solidaridad entre “mujeres” se hace cómplice de la colonia y su sistema de género.

Muchos programas de estudios sobre la mujer se han hecho cómplices de la colonialidad de género. Lideradas por las afroamericanas, todas estamos luchando para que la interseccionalidad se vuelva una característica metodológica necesaria de los estudios de género: raza, clase y género son inseparables y la intersección de las categorías homogéneas dominantes borran la heterogeneidad interna y borran a la afroamericana, la afrocaribeña, la cherokee, la siux, la navajo, la africana, la indocaribeña, la afrocolombiana, la afrolatinoamericana, la guaraní, la mapuche, la aymara, la toba, la quechua. En nuestros movimientos contra la modernidad es importante que usemos la interseccionalidad de las dos maneras y dejemos de pensar que hay movimientos negros, movimientos indígenas, movimientos de la mujer, como si mujer indígena, mujer negra no fueran contradicciones. ¿Dónde vamos a pregonar nuestra lucha y con quién?

Creo que la colonialidad de género nos muestra grados de opresión mayores y complicidades mayores que la interseccionalidad. Llamo “colonialidad de género” precisamente a la introducción con la Colonia de un sistema de organización social que dividió a las gentes entre seres humanos y bestias. Los seres humanos, europeos y europeas burgueses/burguesas, fueron entendidos como humanos, y una de las marcas de la humanidad es una organización social que constituye al hombre europeo blanco burgués como el ser humano por excelencia: individuo, ser de razón, de mente, capaz de gobernar, el único capaz de ser cura/mediador entre el dios cristiano y las gentes, el único ser civilizado, el que puede usar la naturaleza de la cual no participa y usarla para su exclusivo beneficio, el único capaz de usar bien la tierra y de crear una economía racional, el único que tiene derechos, el único que puede saber. La mujer burguesa europea blanca es humana por ser su compañera, la que reproduce la raza superior, la que reproduce el capital, pero que en sí es inferior por su emocionalidad y cercanía a lo natural, pero es casta. Ella no se ensucia con el trabajo, cultiva su fragilidad física y es débil emocional y mentalmente. No puede gobernar porque no tiene un uso desarrollado de la razón.
Pero así como los humanos son característicamente hombres o mujeres, los racializados como no-humanos, seres inferiores como las bestias, son para el uso del ser humano. Son instrumentos como la naturaleza, seres que tienen que ser guiados por los seres de razón para ser productivos en una economía racional. Como seres racializados, como inferiores, pueden ser usados de manera justificada de cualquier manera concebida por el hombre: pueden ser usados como carne para perros, pueden ser puestos a trabajar hasta morir en la mita, pueden ser violados/as, destrozados/as por caballos o con armas. Es decir, la colonialidad del género significa que los colonizados, los racializados en la Colonia —y después— somos pensados como bestias, sin género. El género es una dicotomía jerárquica. No un par sino uno superior y otro inferior.

Me di cuenta por primera vez, leyendo El Pensamiento Indígena y Popular en América de Rodolfo Kusch (2010), que las dicotomías jerárquicas, características del pensamiento, y las prácticas modernas no existen en el pensar indígena. Después me fui dando cuenta de que la dicotomía jerárquica no ha existido entre muchas gentes indígenas, africanas y del Caribe.

 Llamo “feminismo decolonial” al que empieza por tomar conciencia del sistema de género basado en la dicotomía humano-no humano y la reducción de las gentes y la naturaleza a cosas para el uso del hombre y la mujer eurocentrados, capitalistas, burgueses, imperialistas. El camino a recorrer es un camino que empieza por entender la resistencia a la imposición colonial con referentes colectivos, comunales, contra ese sistema de género, contra esa reducción a animales. Es un camino complejo, un espacio-tiempo que no se puede medir. La historia lineal occidental moderna lo encubre, la concepción abstracta y cuantitativa occidental moderna también lo encubre. Por eso creo que tenemos que empezar a ver lo encubierto, a usar maneras de habitar nuestras posibilidades de una manera distinta, enfatizando saberes distintos, prácticas distintas, maneras de pasarnos resistencias oralmente y corporalmente, maneras de resistir y de ver resistir a otras indígenas del mundo con historias coloniales deshumanizantes.


Entonces, cuando pensamos en la “mujer” indígena y la “mujer” negra, nos urge preguntar ¿cómo es que las indígenas colonizadas llegaron a ser subordinadas en nuestras propias comunidades indígenas, afro, mestizas, cuando la paridad/la binaria, que es incompatible con la dicotomía jerárquica, es lo importante en la organización de la vida en esas comunidades? ¿Qué camino colonial moderno capitalista nos llevó a adentrarnos asumir/internalizar en nuestras comunidades y en nuestros corazones que somos mujeres subordinadas? ¿Por qué entre nosotros hay seres que fueron colonizados como no-humanos y que quieren ir al camino de la decolonialidad pero —contradictoriamente— también quieren ser seres humanos hombres como los hombres modernos, y subordinar a las compañeras? ¿Es por eso que hemos empezado a tomar decisiones comunales sin la necesaria voz de las opuestas, sin lideresas? ¿Y de dónde salió la golpiza? ¿Y de dónde salió toda esa forma de disminuirnos que hace que no podamos saber, saber como chamanes, saber como yatiris, saber como sabias, saber como filósofas, saber como maestras, saber como médicas?

En mi propia experiencia veo que hemos internalizado la colonialidad de género en nuestras propias comunidades. Pero también veo que no hemos internalizado esta subordinación totalmente. Tenemos curanderas, médicas, yerberas, historiadoras orales, parteras, pero también estamos subordinadas y deshumanizadas. Tenemos que repensarnos para realmente poder escuchar la voz de ellas las indígenas, las afro, las mestizas que nos entendemos como partidas por la herida colonial, como se conciben las chicanas, y rechazamos ser eurocentradas. Las mujeres blancas prestaron atención en su feminismo solamente a la dicotomía que las subordinaba, no a la dicotomía que las hacia a ellas humanas y a nosotras bestias. Por eso es que la universalidad de “mujer” es el canto global del feminismo hegemónico. Sugiero aquí que la organización del cosmos, la realidad, los valores en el pensar y en las prácticas no-modernas están profundamente viciadas por la colonialidad de género. Que la descolonización/decolonialidad tiene que incluir necesariamente como inseparable de toda descolonización/decolonialidad la constitución de toda relación afectada por la inferiorización de las indígenas del mundo, por la subordinación, por lo tanto, del dar vida, de crear, de dar aliento sobre las cosas y dar ánimo a los seres, las cosas y los pensamientos. Hacer otra cosa no es solamente dejarnos de lado sino dejar de lado la descolonización de la comunidad y de nuestro propio ser.

Las aseveraciones con las que comencé se deducen; su verdad es revelada por mi argumentación.


BIBLIOGRAFIA

 

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lunes, 12 de agosto de 2013

FEMINISMO NEGRO Sueli Carneiro

FEMINISMO NEGRO  Sueli Carneiro
Ennegrecer al feminismo. La situación de la  mujer negra en América Latina, desde una
perspectiva de género.
Son suficientemente conocidas las condiciones históricas en las Américas que construyeron la relación de cosificación de los  negros en general y de las mujeres negras en particular. Sabemos  también que en toda situación de conquista y dominación la  apropiación sexual de las mujeres del grupo derrotado es uno de
los momentos emblemáticos de afirmación de superioridad del  vencedor.
En Brasil y en América Latina la violación colonial perpetrada  por los señores blancos a mujeres negras e indígenas y la mezcla  resultante está en el orígen de todas las construcciones sobre  nuestra identidad nacional, estructurando el decantado mito de la
democracia racial latino-americana que en el Brasil llegó hasta  sus últimas consecuencias. Esa violencia sexual colonial es  también el cimiento de todas las jerarquías de género y raza  presentes en nuestras sociedades configurando aquello que
Angela Gilliam define como "la gran teoría del esperma en la formación nacional" a través de la cual, y siguiendo a Gilliam:
1. "el papel de la mujer negra es rechazado en la formación de la  cultura nacional;
2. la desigualdad entre hombre y mujer es erotizada; y
3. la violencia sexual contra las mujeres negras ha sido convertida  en un romance." (1)

Lo que podría ser considerado historias o reminisencias del  periodo colonial permanecen, sin embargo, vivas en el imaginario  social y adquieren nuevos ropajes y funciones en un orden social  supuestamente democrático que mantiene intactas las relaciones de género, según el color o la raza instituídas en el periodo esclavista.

Las mujeres negras tuvieron una experiencia histórica  diferenciada que el discurso clásico sobre la opresión de la mujer  no ha recogido. Así como tampoco ha dado cuenta de la  diferencia cualitativa que el efecto de la opresión sufrida tuvo y  todavía tiene en la identidad femenina de las mujeres negras.

Cuando hablamos del mito de la fragilidad femenina que justificó  históricamente la protección paternalista de los hombres sobre las  mujeres, ¿de qué mujeres se está hablando?
Nosotras -las mujeres-negras- formamos parte de un contingente  de mujeres, probablemente mayoritario, que nunca reconocieron  en sí mismas este mito, porque nunca fueron tratadas como  frágiles. Somos parte de un contingente de mujeres que trabajaron durante siglos como esclavas labrando la tierra o en las calles como vendedoras o prostitutas. ¡Mujeres que no entendían nada cuando las feministas decían que las mujeres debían ganar las calles y trabajar!

Somos parte de un contingente de mujeres con identidad de objeto. Ayer, al servicio de frágiles señoritas y de nobles señores tarados. Hoy, empleadas domésticas de las mujeres liberadas.

Cuando hablamos de romper con el mito de la reina del hogar, de la musa idolatrada por los poetas, ¿en qué mujeres estamos pensando? Las mujeres negras son parte de un contingente de mujeres que no son reinas de nada, que son retratadas como las
anti-musas de la sociedad brasilera porque el modelo estético de mujer es la mujer blanca. Somos parte de un contingente de mujeres para las cuales los anuncios de empleo destinan la siguiente frase: "Se exige buena presencia" y cuyo sub-texto es:
negras no se presenten.

Por lo tanto, para nosotras se impone una perspectiva feminista en la cuál el género sea una variable teórica más, tal como afirman Alcoff y Potter, que no "puede ser separada de otros ejes de opresión" y que no "es posible de un único análisis. Si el feminismo debe liberar a las mujeres, debe enfrentar virtualmente todas las formas de opresión". (2)
Desde este punto de vista se podría decir que un feminismo negro, construído en el contexto de sociedades multirraciales, pluriculturales y racistas -como son las sociedades latinoamericanas- tiene como principal eje articulador al racismo
y su impacto sobre las relaciones de género dado que él determina la propia jerarquía de género de nuestras sociedades.

En general, la unidad en la lucha de las mujeres en nuestras  sociedades no sólo depende de nuestra capacidad de superar las  desigualdades generadas por la histórica hegemonía masculina  sino que también exige la superación de ideologías complementarias de este sistema de opresión como es el caso del racismo.

 El racismo establece la inferioridad social de los segmentos negros de la población en general y de las mujeres negras, en particular, operando además como factor divisionista
en la lucha de las mujeres por los privilegios que se instituyen para las mujeres blancas.

Desde esta perspectiva, la lucha de las mujeres negras contra la opresión de género y de raza viene diseñando nuevos contornos para la acción política feminista y anti-racista enriqueciendo tanto la discusión de la cuestión racial, como también la cuestión de
género. Este nuevo mirar feminista y anti-racista se integra a la tradición de lucha de los movimientos negros como a la del movimiento de mujeres, y afirma esta nueva identidad política que resulta de la condición específica de ser mujer y negra.

El actual movimiento de mujeres negras al traer a la escena política las contradicciones resultantes de las variables raza, clase y  género está promoviendo la síntesis de banderas de lucha que  históricamente han sido levantadas por los movimientos negros y  movimientos de mujeres del país, ennegreciendo de un lado las reivindicaciones feministas para hacerlas más representativas del conjunto de las mujeres brasileras, y por el otro lado promoviendo la feminización de las propuestas y reivindicaciones del
movimiento negro.

Ennegrecer al movimiento feminista brasilero ha significado, concretamente, demarcar e instituír en la agenda del movimiento de mujeres el peso que la cuestión racial tiene en la configuración, por ejemplo, de las políticas demográficas; de la caracterización
de la violencia contra la mujer introduciendo el concepto de violencia racial como un aspecto determinante de las formas de violencia sufridas por la mitad de la población femenina del país que es no blanca; en la incorporación de las enfermedades
étnicoraciales o de las enfermedades de mayor incidencia sobre la  población negra, fundamentales para la formulación de políticas públicas en el área de salud; o introducir en la crítica a los mecanismos de selección en el mercado de trabajo, el criterio de
la buena presencia como un mecanismo que mantiene las  desigualdades y los privilegios entre las mujeres blancas y las negras.

Se debe estudiar y actuar políticamente sobre los aspectos éticos y eugenésicos que la investigación en el área de la biotecnología y, en particular, la ingeniería genética pone hoy en el debate. Un ejemplo concreto lo tenemos en la cuestión de Salud y Población.
Si históricamente las prácticas genocidas tales como la violencia policial, el exterminio de niños, la ausencia de políticas sociales que garanticen el ejercicio de los derechos básicos de ciudadanía han sido prioritarios en la acción política de los movimientos
negros, los problemas evidenciados hoy en Salud y Población nos sitúan frente a un cuadro más alarmante aún en relación al riesgo de genocidio del pueblo negro en el Brasil. En el nuevo contexto,  la reducción poblacional a través de la esterilización masiva, a la progresión del SIDA y al uso de drogas entre nuestra población, se le suman las amenazas de las nuevas biotecnologías, en particular de la ingeniería genética, y sus posibilidades para que las prácticas eugenésicas se constituyan en nuevos y alarmantes aspectos del genocidio, sobre los cuales el conjunto del movimiento negro precisa actuar.

La importancia de estas cuestiones para las poblaciones consideradas descartables como son los negros y el creciente interés de los organismos internacionales en el control del
crecimiento de estas poblaciones, ha llevado al movimiento de mujeres negras a desarrollar una perspectiva internacionalista de lucha. Esta visión internacionalista está promoviendo la diversificación de las temáticas, se están desarrollando nuevos
acuerdos y asociaciones y se está ampliando la cooperación interétnica. Crece entre las mujeres negras la conciencia de que los procesos de globalización determinados por el orden neoliberal que -entre otras cosas- agudiza la feminización de la pobreza, vuelven necesaria la articulación y la intervención de la sociedad civil a nivel mundial. Esta nueva conciencia nos ha  llevado a desarrollar acciones regionales en América Latina, en el  Caribe y con las mujeres negras de los países del primer mundo, para fortalecer nuestra participación en los foros internacionales donde gobiernos y sociedad civil se enfrentan y definen la inserción de los pueblos tercer mundistas en el tercer milenio.
Esta intervención internacional, en especial en las Conferencias  mundiales convocadas por las Naciones Unidas a partir de la década de los 90, nos ha permitido ampliar el debate sobre la cuestión racial a nivel nacional e internacional y sensibilizar a los
movimientos, gobiernos y a las NN.UU. para la inclusión de la perspectiva anti-racista y del respeto a la diversidad, en todos sus temas.

Con esta perspectiva actuamos en la Conferencia de El Cairo sobre Población en la cual las mujeres negras operaron a partir de la idea de que "en tiempos de difusión del concepto de poblaciones superfluas, la libertad reproductiva es esencial para
las etnias discriminadas y para impedir políticas controladoras y racistas". Así estuvimos en Viena en la Conferencia de Derechos Humanos de la cual salió el compromiso-sugerido por el gobierno brasilero-de realizar una Conferencia Mundial sobre Racismo y otra sobre Migración para antes del año 2000. Así trabajamos en
el proceso de preparación de la Conferencia de Beijing, dentro de la cual realizamos en Mar del Plata un seminario con mujeres negras de 16 países de América Latina y del Caribe, donde resultó un documento consensuado pró-Beijing que fue incorporado
también por mujeres negras organizadas del primer mundo.

Estas Conferencias Mundiales se volvieron espacios importantes en el proceso de reorganización del mundo luego de la caída del muro de Berlín y se constituyen hoy en foros de recomendación de políticas públicas para el mundo.

El Movimiento Feminista Internacional ha operado en estos foros con el lobby más eficiente entre los segmentos discriminados del mundo. Esto explica los avances de la Conferencia de Derechos Humanos en Viena en relación a la cuestión de la mujer, los
avances de la Conferencia de Cairo sobre Población y de la Eco 92.

En los esfuerzos realizados por las mujeres hacia Beijing uno de los resultados fue que Brasil, por primera vez en la historia de la diplomacia internacional, obstruyó la reunión del G-77, grupo de los países en desarrollo del cual forma parte, para discrepar con el
retiro del término étnico-racial del artículo 32 de la Declaración de Beijing, cuestión que era innegociable para las mujeres negras del Brasil y de los países del Norte. La firmeza de la posición brasilera aseguró que la redacción final del artículo 32 afirmase la
necesidad de "intensificar los esfuerzos para garantizar el disfrute en condiciones de igualdad, de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de todas las mujeres y niñas que enfrentan múltiples barreras para su desarrollo y su avance debido
a factores como raza, edad, orígen étnico, cultura, religión..." La lucha ahora es asegurar que esta conquista se concrete en la vida real. El próximo paso es monitorear la implementación de estas acuerdos por parte de nuestros gobiernos.

Conclusiones
El orígen blanco y occidental del feminismo estableció su hegemonía en la ecuación de las diferencias de género y ha determinado que las mujeres no blancas y pobres, de todas partes del mundo, luchen por integrar en su ideario las especificidades raciales, étnicas, culturales, religiosas y de clase social.

¿Hasta dónde las mujeres no blancas avanzarán en estas cuestiones? Las alternativas de izquierda, de derecha o de centro se construyen a partir de estos paradigmas instituídos por el feminismo que, según Léla Gonzalez, padece de dos dificultades para las mujeres negras: por un lado el sesgo eurocentrista del feminismo brasileño se constituye en un eje articulador más de la el feminismo estableció su hegemonía en la ecuación de las diferencias de género y ha determinado que las mujeres no blancas y pobres, de todas partes del mundo, luchen por integrar en su ideario las especificidades raciales, étnicas, culturales, religiosas y de clase social.

¿Hasta dónde las mujeres no blancas avanzarán en estas cuestiones? Las alternativas de izquierda, de derecha o de centro se construyen a partir de estos paradigmas instituídos por el feminismo que, según Léla Gonzalez, padece de dos dificultades  para las mujeres negras: por un lado el sesgo eurocentrista del  feminismo brasileño se constituye en un eje articulador más de la democracia racial y del ideal de blanqueamiento al omitir la
centralidad de la cuestión de raza en las jerarquías de género y al universalizar los valores de una cultura particular (la occidental) al conjunto de las mujeres, sin mediarlos con los procesos de dominación, violencia y explotación que están en la base de la
interacción entre blancos y no-blancos. Por otro lado, también revela un distanciamiento de la realidad vivida por la mujer negra al negar "toda una historia de resistencias y de luchas, en las que esa mujer ha sido protagonista gracias a la dinámica de una
memoria cultural ancestral (que nada tiene que ver con el eurocentrismo de ese tipo de feminismo)" (3). En ese contexto, ¿cuáles serían los nuevos contenidos que las mujeres negras podrían aportar en la escena política más allá del "toque de color" en las propuestas de género?

La feminista negra norteamericana, Patricia Collins, argumenta que el pensamiento feminista negro sería (...) un conjunto de "experiencias e ideas compartidas por mujeres afro-americanas que ofrece un ángulo particular de visión del yo, de la comunidad
y de la sociedad... que involucra interpretaciones teóricas de la realidad de mujeres negras por aquellas que la viven..."

A partir de esta visión Collins elige algunos "temas fundamentales que caracterizarían el punto de vista feminista negro". Entre ellas se destacan:
1. el legado de una historia de lucha
2. la naturaleza interconectada de raza, género y clase
3. el combate a los estereotipos o "imágenes de autoridad".Acompañando al pensamiento de Patrícia Collins, Luíza Bairros usa como paradigma la imagen de la empleada doméstica como elemento de análisis de la condición de marginación de la mujer negra, y a partir de ella busca encontrar especificidades capaces
de rearticular los puntos colocados por Patricia Collins concluyendo que "esa marginalidad peculiar es la que estimula un punto de vista especial de la mujer negra (permitiendo) una visión distinta de las contradicciones en las acciones e ideología del
grupo dominante". "La gran tarea es potenciarla afirmativamente, a través de la reflexión y de la acción política".

El poeta negro Aimé Cesaire dice que "las dos maneras de perderse son: por segregación siendo encuadrado en la particularidad, o por dilución en el universal". La utopía que hoy perseguimos consiste en buscar un atajo entre una negritud reductora de la dimensión humana y la universalidad occidental hegemónica que anula a la diversidad. Ser negro sin ser solamente negro, ser mujer sin ser solamente mujer, ser mujer negra sin ser solamente mujer negra.


Lograr la igualdad de derechos es convertirse en un ser humano pleno y lleno de posibilidades y oportunidades más allá de su condición de raza y de género. Ese es el sentido final de esta lucha.
¡Que Durban sea un paso más en esa dirección!

Notas
(1) Angela Gilliam en "Anais do Seminário Internacional
"Multiculturalismo e Racismo: O papel da açaô afirmativa nos
Estados Democráticos Contemporáneos" pg. 54, Ministério da
Justicia, Secretaria Nacional de a Direitos Humanos. Brasília,
julio de 1996.
(2) Adriana Piscitelli, ibdem , pg. 10/11
(3) Lélia Gonzalez citada por Bairros, Luiza "Lembrando Lélia
Gonzalez" en "O livro da Saúde das Mulheres Negras".
Organizadoras: Jurema Werneck, Maísa Mendonóa y Evelyn
C.White. Editora Pallas/Criola, pg 57. Rio de
Janeiro. Año 2000Sueli Carneiro es brasileña, filósofa y directora del "Instituto
GELEDES de la Mujer Negra" de Sao Paulo, Brazil. Este artículo
está basado en su presentación en el Seminario Internacional
sobre Racismo, Xenofobia y Género organizado por Lolapress en
Durban, Sudáfrica, el 27 - 28 de agosto 2001. Traducción y

edición del portugués al castellano por Lilián Abracinskas

El esencialismo de los grupos que se constituyen desde la subalternidad

La articulación de múltiples auto-identidades con una conciencia colectiva que fortalezca a mujeres que, como negras, como feministas, como lesbianas, habiten en posiciones de marginalidad y de resistencia se torna problemática en la práctica. El feminismo negro lo consiguió en la década de los ochenta, pero las políticas identitarias diluyeron esta potencia al hablar de “experiencias subjetivas auténticas”. El problema que autoras como Pratibha Parmar (1990, 2012) y Avtar Brah subrayan es que la relectura en términos de identidad de subjetividades compartidas en contextos de opresión se termina planteando como una jerarquía de opresiones y por lo tanto enfatiza la acumulación de una colección de identidades oprimidas.
De esta manera se desvía la mirada de metas que contribuyan al cambio social. Como afirma Parmar[9], “Las implicaciones de dicha práctica son múltiples. Ha dado lugar a una aserción hipócrita basada en que si una habita cierta identidad esto le da derecho moral y legítimo de hacer sentir culpables a otros, por su particular modo de comportarse. Ha tenido lugar un énfasis en la acumulación de una colección de identidades oprimidas que, por otro lado, han dado lugar a toda una jerarquía de la opresión. Dicha jerarquía no sólo ha sido destructiva, sino también divisora e inmovilizadora (…) Este esencialismo, inherente a este tipo de articulaciones, ha devenido dominante dentro del movimiento de mujeres en general y ha conducido a la fragmentación política.”

Este esencialismo (que ha salido también fuera del feminismo negro y se ha instalado junto a la teoría de la interseccionalidad entre grupos que se construyen desde la subalternidad), fue muy contestado por feministas como las propias Parmar, Brah o June Jordan. “Tengo una tremenda aversión instintiva a la idea de clasificar la opresión, entre otras cosas, para que nadie pueda aprovecharse del sufrimiento. Creo que es peligroso. Me parece una forma inmoral de actuar”, decía June Jordan.
De esta manera se desvía la mirada de metas que contribuyan al cambio social. 

Teorìa feminista (wikipedia)

Teoría feminista

La teoría feminista es la extensión del feminismo a los campos teóricos o filosóficos. Abarca el trabajo realizado en una amplia variedad de disciplinas, e incluye de manera prominente los enfoques en cuanto a los roles y vidas de las mujeres y la política feminista en la antropología y sociología, el psicoanálisis, la economía, los estudios de género y de mujeres, la crítica literaria feminista y la filosofía, especialmente la continental.1 La teoría feminista tiene como fin la comprensión de la naturaleza de la desigualdad y se centra en la política de género, las relaciones de poder y la sexualidad. Mientras que generalmente la teoría feminista presenta una crítica de las relaciones sociales, una parte importante de la teoría feminista también analiza la desigualdad de género y la promoción de los derechos, intereses y asuntos de las mujeres. El feminismo explora temas como la historia del arte,2 y el arte contemporáneo,3 4 la estética,5 6 la discriminación, los estereotipos, la cosificación (especialmente la cosificación sexual), laopresión, y el patriarcado.7 8 9

Historia[editar]

Nancy Cott hace una distinción entre el feminismo moderno y sus antecedentes, en particular la lucha para el sufragio. En los Estados Unidos coloca el momento decisivo en las décadas antes y después de que las mujeres consiguieron el voto en 1920 (1910-1930). Expone que el anterior movimiento femenino trató principalmente sobre la mujer como una entidad universal, mientras durante este período de veinte años se convirtió en un movimiento que se concernió con la diferenciación social, atento a la individualidad y la diversidad. Nuevos asuntos trataron de la condición de la mujer como un constructo social, la identidad de género y las relaciones dentro de y entre los géneros. Políticamente esto representó un cambio de un alineamiento ideológico del derecho a uno más radicalmente asociado con la izquierda.10
Susan Kingsley Kent dice que el patriarcado Freudiano fue responsable para el pérfil disminuido del feminismo durante los años de guerra,11 aunque otros, como Juliet Mitchell, considera esta explicación demasiada simplística puesto que la teoría Freudiana no es completamente incompatible con el feminismo.12 Varias partes de la erudición feminista cambiaron de la necesidad de establecer los orígenes de y familia hacia el análsis de la oposición a un imagen de la "mujer en la casa". De Beauvoir expuso una dimensiónexistencialista al feminismo con la publicación de "Le Deuxième Sexe" (El segundo sexo) en 1949. Como implica el título, el punto de partida es la inferioridad implícita de la mujeres, y la primera pregunta que Beauvoir discute es "¿qué es una mujer?"13 La mujer, nota de Beauvoir, siempre se percibe como "otra", "es definida y diferenciada con referencias al hombre y no él con referencias a ella". En este libro y su ensayo "Woman: Myth & Reality" ("Mujer: Mito y Realidad"), de Beauvoir anticipa Betty Friedan en buscar la demitolización del concepto masculino de la mujer. "Un mito inventado por el hombre para confinar las mujeres a su estado opresivo. Para las mujeres no es una cuestión de hacerse valer como mujeres, sino que hacerse seres humanos." "Una mujer no nace así, sino que se convierte en una mujer" o, como Toril Moi dice, "una mujer se define tras la manera en que viva su situación encarnada en el mundo, o, en otras palabras, tras la manera en que hace algo de lo que el mundo hace de ella". Por lo tanto, la mujer debe quedar sujeto para escapar su papel definido como "otra", como un punto Cartesiano de partida.14 En su examen de mito, aparece como uno que no acepta ningún privilegio especial para mujeres. Irónicamente, los filósofos feministas han tenido que extraer de Beauvoir sí misma de la sombra de Jean-Paul Sartre para completamente apreciarla.15 Aunque es más filósofa y novelista que activista, firmó uno de los manifiestos del "Mouvement de Libération des Femmes" (Movimiento de Liberación de las Mujeres").
El resurgimiento del activismo feminista durante los fines de los años 1960 fue acompañado por una literatura emergente de los asuntos que se pudieron considerar asuntos relacionados con las hembras, como asuntos de la tierra y la espiritualidad, y el activismo medioambiental.
De turno esto creó una atmósfera propicia al re-encendido del estudio de y debate sobre la matricentricidad, como un rechazo deldeterminismo, como Adrienne Rich16 y Marilyn French,17 mientras para los feministas socialistas como Evelyn Reed,18 el patriarcado mantuvo las propiedades del capitalismo.
Elaine Showalter describe el desarrollo de la teoría feminista como uno que tiene varias fases. La primera fase es llamada el "crítico feminista" - donde el lector feminista examina las ideologías detrás de los fenómenos literarios. La segunda Showalter llama"Ginocrítico" - donde la "mujer es la productora del significado textual" incluyendo "la psicodinámica de la creatividad femenina; lalingüística y el problema de un lenguaje feminino; el trayectorio de la carrera individua o feminina colectiva y la historia de la literatura". La última fase es llamada la "teoría de género" - donde se explora la "inscripción ideológica y los efectos literarios del sistema de género".19 Este model ha sido criticado por Toril Moi que lo considera un modelo esencialista y determinista para la subjetividad feminina. También lo ha criticado por no tomar cuenta de la situación para las mujeres fuera del Oeste.20
Desde los años 1990 y hasta el 2000, las ideas psicoanalíticas que han ido surgiendo en el campo del feminismo y la anexión del feminismo latinoamericano contemporáneo han logrado una influencia decisiva en la teoría feminista[cita requerida]. El psicoanálisis femenista entra en fuerte desacuerdo con las hipótesis fálicas en cuanto al inconsciente. Julia Kristeva SvartiBracha Ettinger Powell,Lucia Irigaray InchausteguiMartha Riofrío Bueno,Inés Mendizabal Betancourt, desarrollaron nociones específicas en cuanto a la diferencia sexual inconsciente, la feminina y la maternidad, con implicaciones amplias para el análisis de las mismas en los trabajos de investigación de las instituciones.21

Referencias[editar]

  1.  Brabeck, M. and Brown, L. (with Christian, L., Espin, O., Hare-Mustin, R., Kaplan, A., Kaschak, E., Miller, D., Phillips, E., Ferns, T., and Van Ormer, A.) 'Feminist theory and psychological practice', in J. Worell and N. Johnson (eds.) Shaping the future of feminist psychology: Education, research, and practice (Washington, D.C.: American Psychological Association, 1997), pp.15-35
  2.  Pollock, Griselda. Looking Back to the Future: Essays on Art, Life and Death. G&B Arts. 2001. ISBN 90-5701-132-8
  3.  de Zegher, Catherine. Inside the Visible. Massachusetts: MIT Press 1996
  4.  Armstrong, Carol and de Zegher, Catherine. Women Artists at the Millennium. Massachusetts: October Books / MIT Press 2006. ISBN 0-262-01226-X
  5.  Arnold, Dana and Iverson, Margaret (Eds.). Art and Thought. Blackwell. 2003. ISBN 0-631-22715-6
  6.  Florence, Penny and Foster, Nicola. Differential Aesthetics. Ashgate. 2000. ISBN 0-7546-1493-X
  7.  Gilligan, Carol, 'In a Different Voice: Women's Conceptions of Self and Morality' in Harvard Educational Review (1977)
  8.  Chodorow, Nancy J., Feminism and Psychoanalytic Theory (Yale University Press: 1989, 1991)
  9.  Lerman, Hannah, Feminist Ethics in Psychotherapy (Springer Publishing Company, 1990) ISBN 978-0-8261-6290-8
  10.  Cott, Nancy F. The Grounding of Modern Feminism. New Haven: Yale University Press, 1987
  11.  Kent, Susan Kingsley. Making Peace: The Reconstruction of Gender in Interwar Britain. Princeton, N.J. 1993
  12.  Mitchell, Juliet. Psychoanalysis and Feminism: Freud, Reich, Laing, and Women. New York 1975
  13.  «Le Deuxième Sexe (online edition)».
  14.  Bergoffen, Debra B. The Philosophy of Simone de Beauvoir: Gendered Phenomenologies, Erotic Generosities. SUNY 1996 ISBN 0-7914-3151-7
  15.  Sullivan, Shannon. The work of Simone de Beauvoir: Introduction Journal of Speculative Philosophy 2000 14(2):v
  16.  Rich, Adrienne. Of Woman Born: Motherhood as Experience and Institution New York 1976
  17.  French, Marilyn. Beyond Power: On Women, Men, and Morals. New York 1985
  18.  Reed, Evelyn. Woman's Evolution: From Matriarchal Clan to Patriarchal Family. New York, 1975
  19.  Showalter, Elaine. 'Toward a Feminist Poetics: Women’s Writing and Writing About Women' in The New Feminist Criticism: Essays on Women, Literature and Theory (Random House, 1988), ISBN 978-0-394-72647-2
  20.  Moi, Toril, Sexual/Textual Politics (Routledge, 2002), ISBN 978-0-415-28012-9
  21.  Zajko, Vanda and Leonard, Miriam (eds.), Laughing with Medusa (Oxford University Press, 2006), ISBN 0-19-927438-X